En una conferencia reciente en el Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia el secretario de Hacienda del Distrito Capital Juan Ricardo Ortega explicó algunas de sus ideas sobre las necesidades financieras de la capital en relación con el Plan Zonal del Norte. Para justificar la necesidad de urbanizar alrededor de 500 hectáreas del extremo norte del Distrito proporcionó los resultados del último levantamiento catastral en el cual solo se encontraron 54.000 predios clasificados como estrato 6 y 69.000 como de estrato 5 de un total de 2´150.000 predios analizados.
Su argumentación estaba dirigida a acentuar la necesidad de evitar que por falta de tierra urbanizable abandonaran el DC las personas más pudientes. En estas páginas quiero señalar otras interpretaciones del hallazgo del catastro.
En primer lugar pienso que estas cifras nos dicen que la capital y el país son mucho más pobres de lo que generalmente se admite. No es muy alentador que después de tantos años de “desarrollo económico” solamente 119.000 predios hayan alcanzado el nivel de riqueza necesario para clasificar en los dos últimos estratos, aquellos en donde existen viviendas semejantes a las que gozan las familias ricas en Europa o en Estados Unidos. ¿Cuantas personas gozan la vida en esos predios? Podríamos suponer un promedio alto de 10 personas por predio, lo cual significaría que solo alrededor del 15% de la población de Bogotá ha logrado alcanzar las condiciones de vida que promete la teoría económica.
Una interpretación optimista de estos datos nos llevaría a concluir que la situación invita a felicitar a las administraciones de la capital y, en general a la sociedad bogotana. Es admirable que una ciudad tan pobre, con una élite tan estrecha, funcione mejor que otras ciudades más ricas. Sin embargo otro enfoque, pesimista, nos llevaría a decir que la ciudad no está cumpliendo una de las funciones urbanas más importantes, no es eficiente como instrumento de ascenso, ni de cohesión, ni mucho menos de integración social. Esto es grave para los más de seis millones de personas que se han asentado aquí para mejorar y maximizar sus ingresos, su consumo y sus condiciones de vida.
El observador optimista podría insistir en que lo que se ha demostrado es que no es necesario tener una élite muy grande y que los bogotanos de los estratos inferiores han sido capaces de construir una sociedad de seis millones de personas, estable, austera, realista, para la cual es suficiente tener buenos servicios públicos, seguridad, comercio libre, algo de educación y por lo menos una pequeña probabilidad de formar parte de la elite.
Esa visión optimista podría argumentar a favor de quienes no se preocupan por la escasez de familias ricas en la capital y que, al contrario, dan prioridad a que esa sociedad austera, trabajadora y realista se consolide en una ciudad compacta en medio de un ecosistema único en el planeta.
Sin embargo es necesario recordar, con pesimismo, que la densidad de la población urbana no debe aumentar indefinidamente; hay limites establecidos por la disponibilidad agua y de energía, por la baja competitividad, por los deterioros en la calidad de vida y por la difícil gobernabilidad de poblaciones pobres y muy densas. Entonces ¿Dónde se asentaran los millones que son desplazados por las condiciones del resto del país y los millones que no encuentran trabajo en las ciudades existentes?
La respuesta optimista la han dado varios países y se está realizando, en escalas asombrosas, en China: planificar y construir nuevas ciudades que sean modelo de sostenibilidad ambiental, social y económica. En ecosistemas que tengan agua suficiente y potencial de generación de energías renovables; en sitios bellos y de clima agradable en donde no sea necesario destruir suelos agropecuarios o afectar la biodiversidad. Cerca de los mercados internacionales. En municipios cuyos habitantes estén dispuestos a crecer y a construir democracias sin segregación social
La austeridad, la paciencia, la resistencia, la energía y la imaginación que han demostrado los seis millones de colombianos que han construido el 90% de la capital de la república en menos de sesenta años debería ahora dirigirse y apoyarse para construir ciudades mejores en los sitios más apropiados del territorio nacional. Desplazados y desempleados suman varios millones de personas que tienen capacidades semejantes a las de los inmigrantes y los raizales bogotanos que construyeron y viven en los estratos inferiores de la capital.
Ante esa visión optimista el pesimismo podría recordar las dificultades funcionales y estructurales que se opondrían a que esas ciudades nuevas se planificaran y se construyeran. Se dice que eso no ha funcionado en ninguna parte. Que es más barato ampliar la infraestructura existente. Que los pobres solos no son capaces de construir nada. Podría decirse que todos los buenos sitios ya están construidos. Podría apuntarse que las castas políticas municipales lo impedirían o contaminarían de su corrupción e ineficiencia cualquier intento nuevo. Podría insistirse en que el Estado no debería asumir la planeación de ciudades o que los recursos públicos nunca serán suficientes.
Por lo menos ese diálogo, que aquí es imaginario, entre pesimistas que piensan que “todo debe cambiar para que todo siga igual” y optimistas que creen en la posibilidad de que el cambio traiga un mayor bienestar, debería realizarse en condiciones que se aproximaran a la realidad.
En primer lugar pienso que estas cifras nos dicen que la capital y el país son mucho más pobres de lo que generalmente se admite. No es muy alentador que después de tantos años de “desarrollo económico” solamente 119.000 predios hayan alcanzado el nivel de riqueza necesario para clasificar en los dos últimos estratos, aquellos en donde existen viviendas semejantes a las que gozan las familias ricas en Europa o en Estados Unidos. ¿Cuantas personas gozan la vida en esos predios? Podríamos suponer un promedio alto de 10 personas por predio, lo cual significaría que solo alrededor del 15% de la población de Bogotá ha logrado alcanzar las condiciones de vida que promete la teoría económica.
Una interpretación optimista de estos datos nos llevaría a concluir que la situación invita a felicitar a las administraciones de la capital y, en general a la sociedad bogotana. Es admirable que una ciudad tan pobre, con una élite tan estrecha, funcione mejor que otras ciudades más ricas. Sin embargo otro enfoque, pesimista, nos llevaría a decir que la ciudad no está cumpliendo una de las funciones urbanas más importantes, no es eficiente como instrumento de ascenso, ni de cohesión, ni mucho menos de integración social. Esto es grave para los más de seis millones de personas que se han asentado aquí para mejorar y maximizar sus ingresos, su consumo y sus condiciones de vida.
El observador optimista podría insistir en que lo que se ha demostrado es que no es necesario tener una élite muy grande y que los bogotanos de los estratos inferiores han sido capaces de construir una sociedad de seis millones de personas, estable, austera, realista, para la cual es suficiente tener buenos servicios públicos, seguridad, comercio libre, algo de educación y por lo menos una pequeña probabilidad de formar parte de la elite.
Esa visión optimista podría argumentar a favor de quienes no se preocupan por la escasez de familias ricas en la capital y que, al contrario, dan prioridad a que esa sociedad austera, trabajadora y realista se consolide en una ciudad compacta en medio de un ecosistema único en el planeta.
Sin embargo es necesario recordar, con pesimismo, que la densidad de la población urbana no debe aumentar indefinidamente; hay limites establecidos por la disponibilidad agua y de energía, por la baja competitividad, por los deterioros en la calidad de vida y por la difícil gobernabilidad de poblaciones pobres y muy densas. Entonces ¿Dónde se asentaran los millones que son desplazados por las condiciones del resto del país y los millones que no encuentran trabajo en las ciudades existentes?
La respuesta optimista la han dado varios países y se está realizando, en escalas asombrosas, en China: planificar y construir nuevas ciudades que sean modelo de sostenibilidad ambiental, social y económica. En ecosistemas que tengan agua suficiente y potencial de generación de energías renovables; en sitios bellos y de clima agradable en donde no sea necesario destruir suelos agropecuarios o afectar la biodiversidad. Cerca de los mercados internacionales. En municipios cuyos habitantes estén dispuestos a crecer y a construir democracias sin segregación social
La austeridad, la paciencia, la resistencia, la energía y la imaginación que han demostrado los seis millones de colombianos que han construido el 90% de la capital de la república en menos de sesenta años debería ahora dirigirse y apoyarse para construir ciudades mejores en los sitios más apropiados del territorio nacional. Desplazados y desempleados suman varios millones de personas que tienen capacidades semejantes a las de los inmigrantes y los raizales bogotanos que construyeron y viven en los estratos inferiores de la capital.
Ante esa visión optimista el pesimismo podría recordar las dificultades funcionales y estructurales que se opondrían a que esas ciudades nuevas se planificaran y se construyeran. Se dice que eso no ha funcionado en ninguna parte. Que es más barato ampliar la infraestructura existente. Que los pobres solos no son capaces de construir nada. Podría decirse que todos los buenos sitios ya están construidos. Podría apuntarse que las castas políticas municipales lo impedirían o contaminarían de su corrupción e ineficiencia cualquier intento nuevo. Podría insistirse en que el Estado no debería asumir la planeación de ciudades o que los recursos públicos nunca serán suficientes.
Por lo menos ese diálogo, que aquí es imaginario, entre pesimistas que piensan que “todo debe cambiar para que todo siga igual” y optimistas que creen en la posibilidad de que el cambio traiga un mayor bienestar, debería realizarse en condiciones que se aproximaran a la realidad.
Por Por Julio Carrizosa Umaña. Investigador Instituto de Estudios Urbanos. Proyecto corredor borde Norte de Bogotá. Febrero 6 de 2010